Blancos, rojos, verdes, amarillos (si siguen la norma); camionetas o Ticos; el perrito moviendo la cabeza; Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres o San Judas Tadeo; la bota de bebe colgando del espejo retrovisor; “Dios es mi copiloto”. Definitivamente el subirnos a un taxi nos hace viajar mucho más cómodo, pero ¿qué tan seguros estamos del piloto que nos tocó? O simplemente, ¿quién es el chofer?
En las siguientes líneas conoceremos las historias y anécdotas de tres personas que viendo el problema de empleo de nuestro país decidieron empezar a ‘taxear’. Tres personas que, por supuesto, lo último que pudieron haber pensado en su vida es haber utilizado su vehículo como taxi.
“No me puedo quedar de brazos cruzados ¿no? Hay que hacer algo ya que nadie hace nada por nosotros.” Se notaba una ligera dosis de ira con decepción en la voz de Rubén al decirme eso. Y es que nadie sabe lo que el futuro le depara, esto sucedió con este limeño de 36 años.
Rubén tenía la vida que cualquiera pudiera querer. Buena universidad, buen trabajo, buenas relaciones sociales y una relación amorosa envidiable. Desafortunadamente, la vida de ensueño acabó. La empresa fue vendida al extranjero, ergo hubo una reducción de personal y fue sacado de su centro de labores.
Al verse sin empleo, recurrió a sus ‘amigos’, quienes le dieron la espalda. Nada sorprendente. Sus problemas fueron mucho más grandes que el amor a su pareja, por ende, terminó su amorío. Solo en todo momento, el único apoyo que tuvo fue su familia. Y así empezó, con su Station Wagon Toyota empezó a hacer el servició de taxi.
“Me sorprende las diferentes personas que pueden haber en el mundo. Todas son diferentes. Puedo tener una carrera con un señor que hable mucho, así como alguien que ni te mira a los ojos y yo trato de no conversar con mis pasajeros a menos que ellos digan algo. No quiero incomodar a nadie” dice Rubén.
Al preguntarle por alguna anécdota que nunca olvidará, comenzó a narrar sobre dos señoritas que subieron al vehículo. La carrera no era muy larga (de la Av. Aviación a la Av. Pershing). Las chicas se estaban maquillando en el taxi de Ruben y el las observaba de rato en rato por el espejo. Hasta que una de las chicas se dio cuenta de ello y lo insultó y lo trató hasta de violador. “Le pedí disculpas, porque de repente no me iban a pagar la carrera (risas)” termina Rubén.
Ahora su vida es diferente. Ya no se lamenta el ser taxista y exprime cada día para ser feliz. Su meta más cercana es tener una flota de taxis y poco a poco crear una empresa de taxis por teléfono. “Por las puras no he estudiado administración” cierra Rubén la entrevista.
“Me ha pasado de todo. Llevo 5 años taxeando, créeme que he visto muchas cosas. Sobre todo la parte de consejero (risas)” Una persona muy carismatica nos topamos camino y accedió a la entrevista de una manera muy amable. César dice que se conoce todo Lima. No hay calle por la cual no haya pasado. Y, le creemos.
La historia de César es distinta. El, por edad no puedo seguir trabajando ya que nadie lo contrataba, y tuvo que empezar a taxear con un Tico prestado. “Ese tico me salvó de muchas cosas como tener algo que comer todos los días” afirma César con la voz un poco melancólica.
Afirma que la mejor parte de su oficio es poder hacer el trabajo de un psicólogo amateur. Escuchar a la gente cuando tiene problemas o simplemente escucharlas. “Muchas veces un pasajero sale feliz de mi taxi tan solo por haberlo escuchado” cuenta César.
Regresa a casa cada noche, después de todo el gran recorrido por la Lima austera que no le dio otra oportunidad de trabajo, esa Lima que le fue totalmente indiferente cuando más necesitaba seguir manteniendo una familia de una esposa y cuatro hijos.
“Es mi hobbie”. Eso respondió Alberto a la pregunta de porqué hacia taxi. “No lo hago diario, solo cuando me dan ganas. Y que suerte que te haya tocado a ti. (risas)” narra ‘Beto’ mientras estuvo a punto de pasarse una luz roja en la Av. Primavera.
“Felizmente no me ha pasado nada malo en mis días de taxista. Pero conozco algunos colegas que han sido victimas de ‘choros’ que se han llevado hasta su rosario”, dice con unas gotas de preocupación nuestro taxista de turno.
“La situación está fregada, amigo. A veces los pasajeros ven tu cara y no se suben por miedo a que los puedas asaltar. No hay confianza en nada ni nadie y no se puede trabajar bien. Eso es una ‘huevada’”. Señas de fastidio inminente por parte de Alberto.
Tres personas distintas, que por motivos diferentes son “chóferes de todos”. Tres señores que han tenido que elegir este oficio por diversas razones. Pero las tres coinciden en una cosa: hacer algo por su vida. Si la sociedad no los ayuda, ellos salen adelante como se puede. Porque siendo muy sinceros, el ser taxista no es de lo más rentable que pueda haber.
Pero no todo fue color de bebita que acaba de nacer. Muchos taxistas no abren sus bocas para nada. Será por seguridad o que sabe Dios. Algunos se sienten mortificados al preguntarle el por qué se su elección. Sabe Dios también la respuesta.
Otro dato curioso es el que nos da la Municipalidad de Lima. Del 100% de taxistas, solo el 2% son taxistas mujeres. Lamentablemente, en el recorrido de entrevistas no hubo mujeres taxistas disponibles. Especulando, debe ser por seguridad: una mujer, se supone, es más fácil de doblegar que un hombre.
Haciendo un poco de memoria, los taxistas han estado muchas veces en la boca del lobo. Diversos escándalos los han hecho sentir como lo peor de la sociedad y es algo que todos reflejan al momento de expresarse. Caso de la famosa Burundanga, que al final resultó siendo una total farsa.
Y es que la reputación de todos los taxistas esta en juego al momento de que salga a la luz algún caso de robo o violación. Se crea un psicosocial, haciendo que las carreras bajen de manera representativa. Es por eso que los taxistas se están identificando cada vez de manera más llamativa dentro del vehículo que conducen.
Abogado, ingeniero, periodista, marketero, administrador, vendedor ambulante, persona de limpieza, empleada del hogar, chofer, barrendero o taxista; todos los empleos son importantes y no existe la razón para amilanar a nadie.
En el caso concreto de nuestra historia, si no fuera por los taxistas, todo los acostumbrados a la “hora Cabana” llegarían más tarde de lo acostumbrado. O simplemente, la persona que quiera comodidad y no cuente con un automóvil propio tendrá que estirar su mano y decir: “Buenas señor, cuanto una carrera a…”